Los colores son nuestros

No siempre fuimos de colores. También la oscuridad fue compañera: hubo veredas de llevar una mano ajena en los bolsillos, mucho tiempo de hablarse para adentro, de evitar los adjetivos que delaten, de no nombrarse. 

Hay una especie de nudo que mezcla todos los hilos, que no son de colores sino rojos, casi sangre y el nudo los va enredando adentro, y desarmarlo es desarmarse. Porque nadie sale vivo de querer deshacerse el nudo que late al pulso nuestro, de eso que somos indefectiblemente.

Los colores llegan después, con los besos, con las ganas de ser de los nuestros, con la calle cuando desborda. Los colores son una conquista, un antídoto contra la pena y los desmaravilladores que quieren que no salgamos en la foto, que elijamos de su menú escaso y soso, que confundamos amores con contratos y calenturas con culpas que hay que expiar.

No siempre fuimos de colores pero hay algo seguramente de luminoso y estridente, hay algo de escandaloso y alegre en vivir como nos late, en no partirse en dos y en nombrarse. Hasta que revienten los placares, la vecina chusma, sus padres, y el tiempo viejo ese en que pensábamos que estábamos solos.

La marcha | Fotos de Elena Nicolay e Ignacio López Isasmendi

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