Romper con la tradición, destruir el elitismo

Fotografía de Marianella Triunfetti

Durante la nochecita, entre las siete y las ocho y pico, la peatonal de la capital tucumana se convierte en ese lugar donde los rezagados apuran el paso para terminar de comprar antes que los comercios, con sus empleados cansados de tanto trajín, bajen sus persianas. O el lugar por donde, después de un día de oficina, la gente está volviendo a la comodidad (o no) de sus hogares. También se convierte en la posibilidad de aquellos vendedores de películas truchas, o gorritos, o alguna que otra artesanía que pretende ser vendida a los que van de paso y que durante el horario comercial no se puede ofrecer por la prohibición municipal. Esas calles, iluminadas y atestadas, también se convierten en escenario para muchos que salen a mostrar su arte. Teatro, baile y música nunca falta en ellas.

Los jueves, no todos pero sí muchos, Martín y José hacen teatro en la peatonal. Un proceso que se va formando a partir de improvisación, pauteo y ensayos. La escenografía está compuesta por esa mítica calle Muñecas, una vieja cabina telefónica que ya no funciona y que sirve de telón para los cambios de actos, rompiendo con la estética del teatro tradicional, y la gente que se va sumando a la propuesta. Algunos, pasan mirando curiosos y siguen su camino. Otros, se asoman, se quedan un rato, dejan unas monedas en el tarrito que reza “PLATA” y se van sonriendo. Y están los que se quedan hasta el final, disfrutando de cada una de las escenas y las bromas sutiles que, al pasar, quedan resonando en las cabezas.

“Para nosotros el teatro es una pasión”, dice Martín Bettella, y cuenta que la idea de hacer esto en la calle tiene como objetivo “distraer a la gente de la vida, que está enajenada yendo y viniendo, comprando, pensando en la Tarjeta Ciudadana”. Brindar un momento de humor, de distracción y transmitir ese sentimiento por el teatro es lo que estos dos jóvenes tienen en mente. “Aquí abrimos la cancha”, agregaba José Gramajo respecto a la diferencia entre hacer teatro en una sala y hacerlo en la calle.

Cuando los chicos actúan hay algo que cambia en la manera de concebir al teatro. La calle rompe el cerco que separa actores y público, y despoja de ‘elitismo’, propio de una situación teatral tradicional. Tal vez sea la inexistencia de un escenario que se presenta a un metro de altura respecto al público; quizás el hecho de representar situaciones que se hacen familiares, por su cotidianidad o realidad; o tal vez esa participación de quienes los observan que, de un modo u otro, terminan siendo parte del acto, lo que hace de este un arte colectivo y horizontal*.

El arte, sostienen, es un espacio de opinión. “Sabemos que el teatro no va a cambiar el mundo pero seguimos insistiendo con eso de transmitir lo que pensamos”, recalca José. “Por ahí alguien pasa, escucha uno de los chistes y se va a la casa pensando algo distinto”, se ilusiona Martín.

Lo que pasa después de quedarse a disfrutar un ratito de lo que estos chicos hacen, no se sabe. Pero la propuesta está hecha. El cuerpo y la pasión están puestas. La invitación es animarse, disfrutar y, por qué no, ser parte de ella.

 

*"El teatro, al menos como lo entendemos nosotros, es un arte colectivo y horizontal." Ricardo Bartis.

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