Derechos de los pueblos originarios que se ganan en lo formal y en lo cotidiano

Fotografía de Bruno Cerimele

De acuerdo al sistema jurídico del Estado argentino una serie de normas garantiza los derechos de los pueblos originarios. En la misma Constitución de la Nación, en su artículo 75 inciso 17 se incorpora entre las atribuciones del Congreso: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”. Además en este mismo artículo pero en su inciso  22 se introdujo instrumentos jurídicos internacionales de derechos humanos y les otorgó jerarquía constitucional. Así, y solo a modo de ejemplo, se puede citar la  Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial u otros convenios internacionales debidamente ratificados y con jerarquía supralegal como ser el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, aprobado por ley 24.071.

Además, existe una normativa nacional específica: la Ley Nº 23.302 sobre Política Indígena y Apoyo a las Comunidades Aborígenes y la ley 26.160, que declara la emergencia en materia de posesión y propiedad comunitaria indígena, prorrogada por ley 26.554. Todas estas normativas legales, llegaron, si bien es cierto, desde el Estado. Pero no es “una dádiva ni un regalo del Estado sino el fruto de la lucha, de la resistencia, de la organización de un pueblo que nunca se dio por vencido”. ¿De quién son esas palabras? Nada más y nada menos que de José Francisco Calí Tzay.

Francisco es hoy el presidente del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Es además el único miembro indígena en este comité y estuvo en la provincia en la primera quincena de abril en lo que fuera una visita extraoficial. Guatemalteco de nacimiento y orgulloso de ser maya kaqchikel, una de las comunidades lingüísticas de ese país, se mostró agradecido de que su visita no haya sido oficial. “Hubiera tenido una agenda mucho más apretada y no hubiese podido convivir tan cerca con las organizaciones sociales y estar tan cerca de las comunidades”, dijo en aquel momento Francisco Cali que, además, compartió un día con la familia de Javier Chocobar*.

Su visita, asegura, tiene más que ver con un interés personal en conocer más de cerca la realidad de los pueblos originarios en la Argentina. Lo que conoce de estas realidades es por los informes que ha leído y por lo que algunos medios, tanto tradicionales como alternativos, han reflejado. Pero al llegar a este país, dice Francisco, lo que más le sorprendió fue que “no se ve esa situación que están pasando los pueblos originarios en Argentina”. En este punto, el presidente del CERD sostiene que “hay una necesidad bastante grande de escarbar” y conocer “la realidad de discriminación racial y racismo bastante grande”. ¿Y esto por qué? Lo que Francisco encontró es que implícitamente existe una negación de la existencia de esos pueblos. “Como que aquí no hay indios”, resalta.

Cali reconoce la legislación existente en el país, destaca la importancia de ese aspecto formal, pero su apreciación tiene más que ver con el ciudadano promedio. “Existe una discriminación de hecho”, afirma y agrega que “el mismo no reconocimiento de la existencia de los pueblos originarios es una posición de discriminación racial”. Y, como se dijera antes, el reconocimiento legal es muy importante pero no es lo único. “No es simple y sencillamente el reconocimiento de esas comunidades originarias sino también a partir de ese reconocimiento hay que reconocer la base de esas comunidades originarias que son sus tierras y territorios y ese es uno de los problemas medulares que yo estoy viendo. Es uno de los problemas fundamentales a resolver porque en ese punto se interrelacionan varios problemas sociales, culturales, económicos y políticos”, afirma.

Los desafíos en Argentina no distan demasiado de los que tienen que afrontar otros países latinoamericanos. Las construcciones culturales impuestas desde el poder dominante datan desde la formación del Estado Nación que ha necesitado homogeneizar un país como si fuera una única cultura. Es por esto que, para Francisco Cali el cómo se nombra a los pueblos y a las comunidades es sumamente importante. Y, principalmente, tiene una gran importancia política. “Yo soy maya kaqchikel y ese es un derecho bastante grande de identificación y es el derecho que cada uno de los ciudadanos de los Estados tiene de identificarse”, empieza a argumentar. “Además de eso la importancia está en el sentido de que no existen Estados ‘monoculturales’. La monoculturalidad nos lo han impuesto y esto es un reflejo de la discriminación racial histórica”, sostiene. “De ahí viene la importancia de que nos llamemos como nos llamamos”, afirma con la solvencia que le dan los años de lucha y compromiso con la defensa de los derechos y las identidades de las comunidades originarias.

Cuando Francisco habla de la realidad del pueblo Maya en Guatemala es inevitable pensar en sus similitudes con la de los pueblos en Argentina. “Existe una necesidad de crear una cultura nacional guatemalteca a partir del reconocimiento del papel que juega la cultura maya en Guatemala, a partir del reconocimiento de la riqueza de la cultura maya. Hace falta construir una educación donde se valore lo que la cultura maya le ha legado a Guatemala, tanto en lo cultural como en lo político”, señala el hombre que no reniega de las personas que no se asumen como indígenas. “¿Cómo se puede estar orgulloso de ser indio si nos han enseñado que el indio es sucio, vago, responsable del atraso de nuestros países?” pregunta sin esperar respuestas. “Hay un desconocimiento bastante grande con respecto a esos legados”, insiste y valora no solamente el aporte histórico de este pueblo a esta nación sino el que realiza actualmente. “En las espaldas del pueblo maya ha estado el crecimiento económico de Guatemala. Si los mayas no trabajaran un día la economía guatemalteca se pararía”, dice y va más allá todavía:  “Un día que los agricultores mayas decidan no trabajar, ese día no come Guatemala”.

Este es un aspecto compartido con muchos otros pueblos negados, invisibilizados. Sí, para muchos sigue siendo vergonzante ser parte de un pueblo que no responde a las características que han sido valoradas como las ‘buenas’, las de la civilización, las del progreso. “Ahí nos vamos a dar cuenta que nuestro pueblo es un pueblo grande, porque nos hace falta descolonizarnos, fortalecer esa descolonización interna es lo más complejo”, reconoce Cali.

El comité que Francisco Cali preside se denomina Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial. En todo momento él habla de su lucha contra el racismo. Ambas denominaciones responden, sostiene, a un mecanismo de dominación y perpetuación de las asimetrías. “La discriminación racial es la diferenciación que se hace como argumento para menoscabar y hacer de menos a una persona. Algo que está científicamente comprobado, no hay diferentes razas humanas, hay una sola y es la raza humana, la diferenciación que hay es la pigmentación de la piel es la cultura, es el idioma son las costumbres de cada uno de los pueblos”, explica el hombre que dedica y dedicó su vida a soñar con la eliminación de este tipo de discriminación.

“El racismo es la ideología que sirve para justificar la explotación, la injusticia, que ha existido históricamente. Argumentando que hay diferentes razas humanas y que una de las razas es superior a las otras y que por eso es necesario que una raza domine a los otros. Es simple y sencillamente una cuestión ideológica de justificación de la dominación de unos pueblos sobre otros”, dice e invita a conocer la historia de los pueblos que no son contadas y a encontrar los rincones por dónde permear en el sistema educativo esas historias. Dejar de leer y conocer solo la historia oficial, esa que está repleta de “héroes que son nuestros genocidas”, y conocer las luchas de los pueblos y las comunidades originarias es, para Francisco Cali, una de las resistencias que hay que fortalecer. La descolonización interna, dice él. Porque la colonización fue exitosa en la medida que logró ‘convencernos’ que existe una forma de vivir superior y a la que hay que replicar. Pero seguirá fracasando en la medida en que cada vez más personas, sean de las edades que sean, se sumen a cuestionar lo que está dado y se sientan, se sepan y se reivindiquen orgullosos de pertenecer a un pueblo diferente y lleno de riquezas propias. En la medida en que la interculturalidad sea una realidad más allá de las palabras y de algunos buenos deseos.

*Javier Chocobar, comunero asesinado por un terrateniente el 12 de octubre del año 2009. Más información en: http://www.colectivolapalta.com.ar/pueblos-originarios/2013/09/02/una-muerte-que-es-bandera?rq=javier%20chocobar