Entre agujas y telares, se descubren y construyen

Fotografía de Gabriela Cruz

A la vera de la ruta 40, en el corazón de Colalao del Valle, una sencilla edificación de madera le aporta mucho más que color a la localidad.  Allí un grupo de mujeres se reúnen a aprender, a compartir, a construir redes de solidaridad. Es que en esa especie de casita funciona una escuela, pero no es cualquier escuela. Se trata de la Misión de Cultura Rural y Doméstica N° 21 de Colalao del Valle

Dos cursos se dictan para poco más de 70 mujeres de diferentes lugares de la zona. Confeccionista a medida y Productor textil artesanal serán los títulos que, al terminar los módulos de entre 300 y 460 horas, estas mujeres obtendrán. Pero más allá de incorporar los contenidos formales que allí se dictan, más allá de aprender corte y confección o tejidos artesanales, las jóvenes, las madres y las abuelas encuentran en este espacio un lugar de crecimiento y de ruptura con lo que les “venía dado”. Una ruptura que, quizás, para muchas mujeres feministas, urbanas y liberales, pueda pasar desapercibida, pero que en el contexto de estas mujeres significan un importante cambio de vida.

“¿Que si es importante para ellas? He visto a muchas alumnas descubrir las capacidades que tienen en este espacio. Porque hay algunas que están guardaditas en sus habilidades casi sin salir de sus casas”, dice Silvia Marina Soria, maestra a cargo de la dirección de la escuela. Silvia apuesta no solamente al sistema de enseñanza sino, principalmente, a lo que allí se genera: “Las señoras cuentan que tienen espacio para ellas, para reunirse, para conversar y socializar lo que tienen en común y lo que no. Cosas que en sus casas no lo pueden hacer”, destaca Silvia.

A lo largo de los años a cargo de la escuela Silvia ha visto cómo estas mujeres van rompiendo con la timidez que muchas veces parece individualismo. Cómo a partir de la experiencia compartida adquieren otra mirada sobre sí mismas. Y es por eso que cuando vio que la deserción atentaba contra esos logros buscó junto a sus compañeras de trabajo estrategias para que “sus chicas” puedan seguir asistiendo y no pierdan el espacio construido.

“Hemos terminado dividiendo los dos talleres en distintas comunidades. El de corte y confección están en Ampimpa y Colalao y los cursos de productor textil en Colalao y el Pichao”, explica la maestra a cargo de la institución. “Es que es mucho más fácil que una docente se traslade hasta esos lugares a que las chicas se tengan que venir desde tan lejos”, argumenta convencida de que es la mejor decisión que tomaron. “De esta manera podemos contar con la asistencia de las alumnas porque no deben olvidar que concurren de todas las edades, son mamás o abuelas que se ocupan de las tareas hogareñas, algunas trabajan y de esta manera, distribuidas así tenemos menos inasistencia y menos deserción”, cuenta reforzando con la experiencia su convicción.

Una de las primeras articulaciones que se realizaron desde la escuela fue brindar servicio a algunas organizaciones de la comunidad. La Iglesia, la Gendarmería, la Comuna y algunas otras escuelas del lugar fueron beneficiadas con las capacidades desarrolladas por las alumnas. Por otro lado, si bien sienten que coser y tejer las propias prendas contribuye a la economía familiar, saben que en sus manos está la posibilidad de realizar microemprendimientos que les permitan alcanzar un ingreso más constante.

Las exposiciones de los trabajos realizados les han demostrado que sus producciones pueden ser vendidas. Eso las animó a exponer en otros espacios, “expusimos en la fiesta del Antigal, por ejemplo y vendimos muy bien”, cuenta entusiasmada Silvia. Luego se animaron a algunas exposiciones y ventas en la plaza del pueblo pero como no tienen un espacio adecuado se hace difícil sostener esta iniciativa. “Nuestro próximo desafío es tener un edificio propio”, dice Silvia. Ella, al igual que las mujeres de las que habla, también sabe que con organización y alianzas con los otros los objetivos pueden alcanzarse. “Hemos presentado un proyecto para tener ese espacio propio que tanto necesitamos”, cuenta y señala un lugar en el predio de la escuela secundaria de Colalao del Valle. “Aquí nos han dicho que podríamos construir junto al Instituto de Estudios Superiores y ya tenemos un croquis”, comenta y habla de cómo pensaron en distribuir el espacio. “Con las aulas para los talleres y un salón de exposición y venta”, describe y sueña.

La sencilla escuela puede pasar desapercibida para muchos visitantes que se llegan a este lugar en medio del valle Calchaquí. Pero para las mujeres que entre hilos, agujas y telares empiezan a pensarse diferente, la escuela se convierte en un lugar de encuentro y descubrimiento. Allí se ponen en juegos historias de vidas que no solamente son individuales sino también colectivas. Allí se ponen en diálogo las nuevas herramientas con técnicas de tejidos ancestrales. Allí también hay historias para contar, para conocer y para valorar como las de estas mujeres, docentes y alumnas, que sin importar la edad, las distancias y los obstáculos, marcan la diferencia y generan otros espacios de construcción.